Nuevamente en Katmandú


Acercándonos a Tokio

El viaje de 36 horas desde la Ciudad de México hasta Katmandú fue mucho más tranquilo de lo que esperaba, haciendo escalas en Houston, Tokio y Bangkok. Me ayuda mucho que durante el vuelo trato de, por lo menos una vez cada hora mientras estoy despierto, tomar agua y pararme a caminar un poco. También, el tiempo que paso en los aeropuertos durante la escala lo aprovecho para recorrerlos caminando de lado a lado. Se podría pensar que en el último vuelo, el de Bangkok a Katmandú ya estaría cansado y con la espalda y cuello adolorido después de tantas horas de viaje pero me sentía perfectamente y con una emoción y mucha expectativa de la llegada a Nepal. Y es que desde hace semanas he tenido una sensación de que esta temporada conseguiré lograr mis metas pero esta impresión fue cada vez más fuerte mientras el avión hacía su descenso final hacia el valle de Katmandú.

Las tres maletas
El trámite de migración a la llegada suele ser tortuoso, con largas filas, pero tuve la fortuna de ser el primero en formarme. Luego, tuve la grata sorpresa de que no solo llegaron mis tres maletas sino que fueron de las primeras en salir. Desde el inicio de la expedición todo estaba saliendo perfectamente. Fue tan solo a principios de Diciembre del año pasado que recorría estas mismas calles desde el aeropuerto hasta el hotel y de alguna manera sentía como si no me hubiera ido. Ya en el hotel, me dio gusto volverme a encontrar con tanta gente con la que he convivido durante casi diez años de expediciones a los Himalaya. Es un grupo pequeño de gente que año tras año regresa a estas montañas, algunos por trabajo y otros porque es su pasión, y es reconfortante sentirme parte de esta pequeña comunidad.

Alrededor de las tres de la tarde comencé a sentir el cansancio normal de la diferencia de horario de casi doce horas con la Ciudad de México y por fin me alcanzó el agotamiento acumulado del viaje. Un café espresso me ayudó a aguantar algunas horas más despierto mientras desempacaba y organizaba parte de mi equipo pero al final me venció el sueño alrededor de las nueve de la noche. Me encontraba de regreso en Nepal, siguiendo mis sueños y con una gran expectativa de lo que traerán los próximos dos meses de la expedición al Everest para buscar el doble ascenso.



Hotel Yak & Yeti en Katmandú

Regresando al Everest por el Doble Ascenso

Mayo del 2011 fue uno de los meses más estresantes que he vivido, pero al mismo tiempo fue uno de los mejores. Intenté por segunda vez un Doble Ascenso al Monte Everest, algo que hasta este momento nadie ha podido realizar. Primero traté de escalar por la cara Norte del lado de Tíbet pero comencé a tener fuertes dolores de cabeza que en ese momento pensé que podían ser síntomas de edema cerebral. Regresé a Katmandú, me hicieron algunas pruebas en el hospital y subí de nuevo para escalar ahora el lado Sur, en Nepal. Pero el día que intenté llegar a la cima me vi atrapado en medio una larga fila de montañistas. Hacía frío y no me sentía que existían los elementos de seguridad para continuar el ascenso, por lo que tomé la decisión de retornar. Siempre he tenido un respeto total hacia la montaña más alta del mundo pero ese año recibí una lección de humildad y nunca tuve dudas sobre la decisión que tomé.


La cara Sur del Everest, Nepal.
Primero con mis problemas con el corazón y luego con los constantes dolores de cabeza, era evidente que mi cuerpo estaba afectado por los efectos de la altura y tuve que replantear mis objetivos. Lo principal era permitir que mi cuerpo se repusiera pero sin dejar de ponerme metas interesantes y ambiciosas ya que de otra manera tendría una vida vacía. Fue entonces que decidí volver a navegar, tomé cursos, preparé mi velero Champ y en 2012 participé en una carrera en la que crucé solo desde San Francisco a Hawái. Poco a poco los dolores de cabeza fueron desapareciendo y en Septiembre del año pasado visité durante varios días las instalaciones de la Clínica Mayo en Arizona en donde me realizaron cuantiosas pruebas del corazón y el cerebro. Los resultados fueron tan positivos que en ese momento comencé a planear una expedición para el mes de Noviembre a dos picos relativamente pequeños de los Himalaya. Uno de los objetivos era confirmar que mi corazón y cerebro estaban verdaderamente sanos y no tendría recaídas al volver a las alturas. Resultó ser una expedición fenomenal en la que escalé el Pico Este del Lobuje y el Island Peak con Ricardo, mi papá. Pero regresando de ese viaje se aferró a mi mente una pregunta que constantemente me agobiaba: ¿Podría regresar al Everest y por fin completar el Doble Ascenso que no pude concluir en 2010 y 2011?
 
Después de muchas, y créanme que han sido muchas, horas de darle vueltas y considerar la pregunta he tomado la decisión de intentarlo una vez más. Everest, 2013. Pienso que en esta ocasión tengo mayores probabilidades de lograrlo que en cualquiera de los años anteriores, sobre todo por la nueva planeación logística que estoy haciendo, la experiencia acumulada y el que estoy en la mejor condición física de mi vida. Es un gran cliché pero finalmente es cierto: no quiero, años después, arrepentirme de no haber intentado una vez más alcanzar mi meta, habiendo tenido una última oportunidad de realizar un Doble Ascenso al Monte Everest.
 
La cara Norte, en Tibet, China.
No tengo nada que demostrar y mi principal motivación es simplemente lograr el objetivo que me fijé hace años o por lo menos hacer mi mejor esfuerzo. Eso, y vivir nuevamente una aventura incomparable, escalando hasta alturas extremas, sorteando todos los retos que me vaya presentando la naturaleza e inmerso en la cultura de los Sherpas, de Nepal y de Tíbet que en la última década se han convertido en mi segunda casa.

Finalmente, un elemento que hace que este año sea aún más interesante para triunfar en la aventura del Doble Ascenso es que en 2013 se cumplen 60 años del primer ascenso al Monte Everest por Edmund Hillary y Tenzing Norgay en 1953. Estoy seguro de que, en caso de alcanzar mi objetivo, este aniversario hará que el logro sea aún más memorable.
 
Hasta la victoria, ¡siempre!


En la cima del Everest en 2010 con el Buda de Hillary.
 

Escalando el Izta y vuelo en parapente.


Eran pocos minutos después de las nueve de la noche y la fecha era viernes 8 de febrero. Me encontraba en la zona conocida como La Joya en el Iztaccihuatl desde donde se inicia la marcha para escalar el volcán. Tan sólo seis horas antes me encontraba todavía en la oficina, sacando los últimos pendientes del día. Luego me encontré con Ricardo, subimos las cosas a la camioneta y nos sumergimos en el tráfico típico de la Ciudad de México en viernes por la tarde. A vuelta de rueda avanzamos durante tres horas por Viaducto, Zaragoza y la carretera a Puebla. Pero al llegar a Chalco tomamos la nueva autopista hasta Amecameca y a as 8:00pm estábamos en Paso de Cortés, entre los dos volcanes, pagando nuestras entradas al parque nacional.

Manejamos hasta la Joya y comencé a prepararme para escalar solo durante el resto de la noche. Ricardo se quedaría en el campamento base para dormir y apoyarme en caso de alguna emergencia. Porque este no sería un ascenso como cualquier otro. Bajaría de la cima volando con mi parapente. No hacía tanto frío y el viento estaba en calma por lo que escogí ropa de montaña ligera. Ya listo, me eché al hombro la enorme mochila del parapente y comencé a caminar.

No había luna para iluminar mi camino y tuve que depender de mi lámpara que alumbraba un par de metros frente a mi. Llevaba mi iPod y durante el resto de la noche escuché música y programas de historia. Cuando me aburría uno, cambiaba a otro. Este ascenso al Izta lo he realizado solo varias veces y me sentía con toda la confianza en la ruta y en mis pasos. A buen paso fui ganando altura y el primer descanso lo hice después de dos horas de marcha en el Segundo Portillo en la zona de los pies. Sentí gran alivio al quitarme de encima, aunque fuera por tan solo algunos minutos, la mochila del parapente que estimo que pesaba unos 12 kilos. Cuando sentí que comenzaba a enfriarme reanudé la marcha para entrar nuevamente en calor.

Así continué escalando el resto de la noche, pasando por el Refugio, las Rodillas y al llegar a la Panza entré al primero de los grandes glaciares del volcán. Como ya sabía qué condiciones esperar no llevaba crampones y recorrí este tramo con cuidado. Me sentía extraordinariamente bien, muy fuerte y sin dolores de cabeza. El difícil entrenamiento para el Ironman me tiene en la mejor condición física que he tenido en toda mi vida. Subí muy animado la arista que lleva al Pecho y a la cima del Iztaccihuatl y algunos minutos antes de las cinco de la mañana llegué al punto más alto, a más de 5,200 metros de altura. Como me encontraba solo no tuve a quién felicitar ni quién me felicitara pero no era necesario. La satisfacción que sentía era mucho más que suficiente.

El Pico de Orizaba y la Malinche al amancer.
Mi plan era despegar justo al amanecer para evitar la turbulencia que se genera cuando se calienta la tierra y tuve que esperar casi dos horas en la cima. Poco a poco comenzó a iluminarse el cielo hacia el Este y a las 6:30am encendí el radio que llevaba y hablé con Ricardo. Le avisé que todo estaba bien y que planeaba despegar en media hora. Comencé a preparar mi equipo: casco, arnés con paracaídas de emergencia y el parapente. Había un viento constante del Suroeste y decidí despegar hacia el lado de Amecameca y la Ciudad de México.

El glaciar de Pecho. Despegué hacia el lado izquierdo de esta foto
Cuando sentí los primeros rayos del sol me encontraba listo para despegar y me tomó varios intentos lograr que el parapente estuviera en la posición ideal para el despegue porque las rocas en el suelo hacían que se atoraran las líneas del parapente. Finalmente, entre dos rachas de viento, tiré de las líneas, comencé mi carrera hacia el vacío y me elevé. En un instante me envolvió un viento ascendente y me momentáneamente me quedé flotando junto a la montaña sin poder avanzar pero ¡estaba volando! Empecé a hacer una revisión del parapente y con gran sorpresa me encontré que el lado izquierdo del ala tenía varias piedras grandes adentro. Nunca me había pasado esto pero no parecía peligroso y tenía control total sobre él. Entonces comencé a apreciar la vista que tenía alrededor: El sol saliendo por detrás del Pico de Orizaba, iluminando de color rosa y naranja los glaciares del Izta que quedaban a mi lado izquierdo, frente a mi la silueta del Popocatépetl y al lado izquierdo alcanzaba a ver las luces de la Ciudad de México que aún brillaban. ¡Qué gran momento!

El glaciar de la Panza y el Popocatepetl al fondo.
Me comuniqué con Ricardo por el radio y le avisé que estaba en el aire. Con el viento de frente, iba flotando sobre las aristas del volcán avanzando poco a poco hacia la Joya donde me esperaba Ricardo. Me llevó casi treinta minutos recorrer los siete kilómetros hasta mi destino y conforme me iba a cercando comenzaba a sentir que aumentaba la turbulencia. Finalmente, hice mi aproximación final, hacia la Joya donde ya habían algunos coches estacionados, pero que me dejaron espacio suficiente para mi llegada. Aterricé fuerte y rodé al final. Aprendí que con la altura las cosas pasan mucho, pero mucho más rápido y la velocidad al aterrizaje fue superior a un aterrizaje en una altura menor. Pero me encontraba de regreso en tierra tan solo diez horas después de haber iniciado el ascenso y me recibió Ricardo con un abrazo. Un gran final para una gran aventura.




Iniciando el 2013


El 2012 fue para mi un año maravilloso. Navegué casi 5,000 kilómetros en mar abierto, tomé cursos y regresé al mundo del alpinismo después de que tanto el cardiólogo como el neurólogo me dijeran que podía escalar nuevamente. Me preparé para el maratón de Nueva York que por primera vez desde su inicio en 1979 fue cancelado por consecuencia del huracán Sandy, participé en tres triatlones, bajé 16 kilos de peso y volé en parapente cerca de 40 horas en dos continentes. En aviones recorrí más de 160,000 kilómetros, lo suficiente para dar la vuelta al mundo casi cuatro veces.

No se si les ha pasado pero creo que la mayoría tenemos en mente algo de que decimos “yo nunca haré eso”. Para mi, “eso” siempre había sido un Ironman. Hacer un triatlón de ultra distancia en el que tuviera que nadar 3.8 kilómetros, pedalear 180km en bicicleta y después correr 42 kilómetros (el equivalente a un maratón) el mismo día me parecía una locura. Un absurdo. ¿Cómo puede ser eso divertido? Si no es divertido ¿para qué hacerlo? 2012 también fue el año en el que me inscribí a mi primer Ironman. Aún no estoy del todo seguro por qué lo hice pero pienso que al final fueron dos factores. Primero, el que nadie me cuente de qué se trata y vivirlo por cuenta propia. Segundo, el pensar ¿qué tienen las personas que han completado un Ironman que no tenga yo?

La fecha es 17 de Marzo de 2013. El lugar: Los Cabos, Baja California Sur. Mi objetivo no es tan solo terminar el Ironman sino hacerlo en menos de 12 horas. Llevo ya varias semanas entrenando y ahora estoy dedicándole unas 16 horas por semana a nadar, correr y pedalear pero cada vez tendré que ir incrementando este número.

En las próximas semanas estaré platicando sobre mi entrenamiento físico y preparación mental para este gran reto. A parte del Ironman, estoy seguro que vendrán más retos y aventuras para este año pero, tan solo con esta meta, el 2013 parece que también será un año maravilloso.

Feliz año nuevo.

Ascenso al Island Peak, segunda parte.




Una disculpa por el retraso. Aquí la segunda parte y el final de la expedición.

Dejamos atrás el campamento base con sus fantasmas y comenzamos a subir el macizo de la montaña. Lejos quedaron las caminatas tranquilas en las que íbamos ganando altura poco a poco. A partir de ese momento, y hasta la cima de la montaña, recorreríamos laderas empinadas, secciones de roca, glaciares y paredes de hielo. Aunque nos esperaba una marcha relativamente corta, decidimos comenzar temprano para poder tener toda la tarde para prepararnos para el ascenso, aclimatarnos lo mas posible y tratar de dormir algo si es que se puede. Nuestro campamento de altura estaba a 5,500 metros de altura incrustado en un roquerío donde el legado de muchas expediciones anteriores son las plataformas donde colocamos las tiendas de campaña; una para los sherpas y otra para Ricardo y para mi. Y curiosamente en ese momento descendían de la montaña dos personas que habían iniciado su ascenso la noche anterior. Estos eran los “fantasmas” que habían hecho ruido durante las primeras horas de la madrugada.

Aproximadamente a las once de la mañana ya estábamos instalados dentro de nuestras tiendas y el resto de la tarde preparamos el equipo que llevaríamos para el ascenso a la cima: mochilas, piolets, arneses, crampones, cuerda, ascensores, etc. Ricardo no había tenido oportunidad de ajustar sus crampones a sus botas plásticas ni de verificar el sistema para asegurar su ascensor a su arnés. La mala noticia era que durante la tarde comenzó a aumentar significativamente la velocidad del viento hasta que sacudía fuertemente la tienda de campaña, incluso estando en el lado de la montaña protegido contra el viento.

El sol comenzó a ocultarse tras las el horizonte alrededor de las seis de la tarde y entonces preparamos nuestra cena de pasta. Siempre es buena señal de que estamos aclimatados cuando comemos con muchas ganas en la altura. Después, apagamos nuestras lámparas y tratamos de dormir. En esta ocasión me fue mucho mejor que en el pico Lobuje y en un par de ocasiones escuché roncar a Ricardo por lo que creo que él también descansó. Cuando sonó la alarma a las dos de la mañana noté que el viento empujaba enérgicamente las paredes de la tienda de campaña. Sin embargo, no era lo suficientemente fuerte o peligroso para abandonar el ascenso. Preparamos café y comenzamos a vestirnos con nuestra ropa de montaña y chamarra de pluma. Afortunadamente Ricardo traía unos pantalones de pluma que le prestó Mingma. A las tres de la mañana en punto estábamos ya fuera de la tienda con nuestro equipo puesto y comenzamos el ascenso con Mingma y Tshering. La luna brillaba intensamente y apenas nos servían las lámparas que llevábamos sujetadas a la cabeza.
 
Hay varias razones por las que normalmente comenzamos a subir hacia la cima de una montaña en la madrugada, principalmente por razones del clima. Para mi, una de las principales ventajas es que durante la noche se pierde la perspectiva de lo inmensa que es la montaña y mientras avanzamos en silencio durante la noche caemos en cierta continuidad en la que la escalada se vuelve algo automático. Se pierde el sentido del tiempo y las horas se pasan como minutos. La ruta que seguimos zigzagueaba por una arista de roca. El terreno no era técnicamente difícil aunque hubieron varios pasos que tuvimos que escalar con cuidado y en ocasiones rachas de viento nos empujaban y nos hacían perder el equilibrio momentáneamente. Y en la parte más alta de la arista de roca llegamos por fin al inicio del glaciar.

Todavía era de noche cuando comenzamos a colocarnos los crampones en las botas y nos encordamos los cuatro. El glaciar por el que subimos tenía inicialmente unos 40º de inclinación y atravesaba enormes seracs y grietas. Pero mientras escalábamos las grietas se iban haciendo más grandes hasta parecerse a las que se encuentran en la cascada de hielo del Everest y tuvimos que rodearlas hasta encontrar un lugar seguro donde se pudieran cruzar por los puentes de hielo. Afortunadamente pasamos esta zona delicada ya con las primeras luces del día. Pero también observamos que entre el glaciar y la cima hay una pared de hielo de unos cien metros de altura y 70º aproximadamente. Los cuatro veníamos subiendo fuertes y con excelente ánimo.

El sol nos alcanzó justo en la base de la pared donde tomamos un merecido descanso y aprovechamos para tomar agua y comer algo. Mientras nos recuperábamos pudimos ver como alrededor de nosotros teníamos una vista espectacular con montañas de más de 8,000 y 9,000 metros de altura como el Makalu, Lhotse, Nuptse y Baruntse y otras un poco más bajas pero no menos impresionantes como el Ama Dablam. Para escalar la pared tuvimos la fortuna de que alguna expedición anterior había colocado cuerdas fijas y se veían en buenas condiciones por lo que decidimos usarlas. Nos desencordamos, preparamos nuestros ascensores y continuamos el ascenso. Mientras escalábamos la pared estábamos protegidos del viento que golpeaba la montaña del lado opuesto pero veíamos como volaba la nieve sobre la cima y su sonido era como el de un avión despegando. Esta fue la sección más difícil y ya nos encontrábamos a más de 6,000 metros de altura y sentíamos los efectos de la hipoxia que nos hacía respirar más fuerte y más veces antes de dar cada paso. Yo he tenido oportunidad de subir este tipo de terreno durante muchos años pero me sorprendió la facilidad y la habilidad con la que Ricardo subió la pared. Y al llegar a la parte más alta nos golpeó el viento con toda su fuerza. Había que hacer un esfuerzo para mantenerse en pie y no perder el equilibrio, incluso usando el piolet.

El último obstáculo entre nosotros y la cima era una arista de unos 50 metros de largo. Era un filo que dividía la montaña y con precipicios para ambos lados. Incluso en condiciones tranquilas hubiera sido importante escalar con el mayor cuidado pero con el viento violento que nos empujaba el trabajo se hacía mucho más difícil. Incluso era complicado escucharnos hablar entre nosotros a menos de un metro de distancia. Poco a poco fuimos subiendo hasta que de pronto ya no había nada más que subir. ¡Estábamos en la cima del Island Peak! Pasó algo muy extraño que en cuanto nos paramos en la cima, el viento dejó de sentirse. Tal vez sea por la forma de la montaña pero lo seguíamos escuchando pero estábamos protegidos.

De inmediato comenzamos a felicitarnos por haber logrado nuestro objetivo. Parados en la pequeña superficie de la cima le tomé varias fotos a Mingma y a Tshering solos y algunas con Ricardo. Luego Mingma nos tomó una a Ricardo y a mi juntos. Después nos tomamos algunos minutos para observar el paisaje desde el corazón de la cordillera de los Himalayas. Fue algo espectacular.

Eran las 9:00am cuando comenzamos nuestro descenso y por supuesto que en cuanto comenzamos a bajar comenzó a golpearnos el viento nuevamente. Bajamos la arista y rapeleamos por la pared de hielo. Luego nos volvimos a encordar para regresar por las grietas y poco más de dos horas después de haber llegado a la cima, ya estábamos de regreso en el campamento. Estábamos cansados pero muy contentos. Nos llevó casi una hora empacar y levantar el campamento e iniciamos el regreso hasta Chhukkung. Fue una larga marcha y llegamos de noche a la casa de huéspedes donde pasamos la noche. Pero cuando nos sentamos en el comedor a tomar té, con todo el equipo de regreso y habiendo logrado el objetivo sin accidentes, vino el momento mágico en el que se siente la satisfacción de haber logrado una meta para la que nos preparamos durante varios meses. Logramos llegar a la cima del Island Peak. Pero si para mi fue una meta importante, para Ricardo fue una hazaña y es un orgullo poder haber compartido la cima cuando lo logró.

Gracias por haber seguido esta expedición y de seguro el año que entra traerá muchas más aventuras que este, que no fue nada malo.

Más fotos y videos del día en que llegamos a la cima en http://www.facebook.com/LianoDavid
En la cima de Island Peak


Ascenso al Island Peak, primera parte.


Fue muy grato que haya podido subir el pico este del Lobuje pero el principal objetivo de esta expedición era subir el Island Peak. Más bien, que Ricardo subiera el Island Peak. El nombre original de la montaña es Imja Tse, pero verdaderamente parece una isla que sale del hielo. Tiene glaciares, enormes grietas, paredes de hielo y una afilada arista que lleva hasta la cima a 6,189 metros, por lo que es un reto significativo para cualquier escalador.

El comedor en Chhukung
Nos tomó dos días de marcha llegar hasta el campamento base del Island Peak bajando por el valle del Khumbu y pasando la primera noche en un pequeñísimo poblado llamado Chhukung. Por ser el final de la temporada tan solo había una sola persona trabajando el la casa de huéspedes y era un señor mayor. Ya habían quitado todos los focos y los baños interiores estaban cerrados con candado. Sin embargo el señor resultó ser un excelente cocinero y al día siguiente continuamos nuestro camino al campamento base del Island Peak descansados y bien alimentados. Ese segundo día de marcha caminamos tan solo tres horas y vimos como con cada paso la montaña crecía ante nosotros. Pero también, conforme nos acercábamos, a lo que parecía ser un pico completamente inaccesible le fuimos encontrando posibles rutas.

La cima del Island Peak en el fondo

Las tiendas abandonadas en el campamento base
Preparando la cena
Había escuchado historias del campamento base (a casi 5,000 metros de altura) lleno con cientos de tiendas de campaña durante la temporada alta en primavera y gente tropezándose con ellas a la mitad de la noche. Cuando llegamos nos lo encontramos completamente vacío a excepción de una tienda/comedor una tienda/cocina y tres tiendas de campaña. Pero estaban todas desocupas y parecían abandonadas. Montamos dos tiendas de campaña, una para Ricardo y para mí y la otra para Tshering y Mingma y la de ellos quedó pegada a la tienda/cocina. Para cenar nosotros llevábamos un paquete de comida liofilizada (deshidratada) que cuando le pusimos agua hirviendo se convirtió en una cena de arroz salvaje y los Sherpas prefirieron su sopa de pasta a la que llaman Rara. Luego nos metimos a los sleeping bags y pasamos una buena noche. Por lo menos Ricardo y yo porque a la mañana siguiente Mingma nos fue a platicar que habían fantasmas en el campamento base y que ni Tshering ni él habían podido dormir. Nos platicó que a la mitad de la noche escucharon ruidos de la tienda/comedor que se suponía estaba abandonada y eran ruidos de cubiertos y ollas y platos. Nos dijo que después de un rato se pararon a investigar y pero la tienda estaba vacía. Ricardo y yo dormimos también que no nos enteramos de nada de eso pero los Sherpas son personas muy supersticiosas y de inmediato tratamos de calmar a Mingma para que no fuera a pensar en no subir con nosotros. Empacamos nuestras cosas y las tiendas de campaña y comenzamos a subir hasta el campamento de altura del Island Peak desde donde intentaríamos el ascenso a la cima. El misterio de los “fantasmas” lo resolvimos esa misma tarde.






Ascenso al Pico Lobuje East


Banderas de oración antes del pico Lobuje
El ascenso estaba planeado para dos días. El primero subiríamos al campamento de altura, donde pasaríamos la noche y la mañana del segundo intentaríamos llegar a la cima. Temprano el primer día Ricardo se despidió y junto con Mingma caminaron alrededor de 17 kilómetros hasta el campamento base del Everest a 5,300 metros de altura y regresarían a dormir a Gorak Shep. Fue una larga marcha pero comentó que valió la pena y le trajo buenos recuerdos de la vez que vino en 2006 junto con Lulú.

El pico Lobuje
Tshering y yo terminamos de separar el equipo que llevaríamos a la montaña y juntamos dos maletas que cargamos en un yak. A media mañana dejamos el hotelito y caminamos rumbo al campamento de altura del pico Lobuje. El clima era ideal, con muy poco viento y el cielo completamente azul. La ruta iniciaba con un ascenso muy leve hasta la base de la montaña y hasta ahí pudo llegar el yak. Desmontamos el equipo y continuamos escalando, cargando las mochilas que llevábamos y las dos maletas con el equipo. Fue un trayecto relativamente corto pero cansado por el peso que llevábamos y por el terreno rocoso que tuvimos que pasar. Tres horas después de haber iniciado la marcha llegamos al collado donde se encuentra la zona del campamento de altura en el pico Lobuje a 5,200 metros sobre el nivel del mar. Es un lugar plano y protegido del viento. Montamos la tienda de campaña, nos instalamos dentro y fuimos a recoger el agua que usaríamos para cocinar y para beber. Me habían dicho que encontraríamos un laguito en el collado donde podríamos tomar el agua pero al parecer no ha nevado desde hace tiempo y el laguito parecía más bien un charco grande. Preparamos una sopa de pasta y un poco de té, y cuando el sol se metió tras las montañas a las seis de la tarde nos preparamos para dormir un rato.

No estoy seguro de a qué hora cerré los ojos pero sentí que había dormido durante largo tiempo. Me desperté y vi el reloj. ¡Tan sólo eran las 9:00pm! Dormité durante algunas horas más y a las 2:30 en punto desperté a Tshering. Calentamos agua en la estufa, preparamos un poco de café y nos preparamos para iniciar el ascenso a la cima. Tshering llevaba una mochila con la cuerda y otro equipo de escalar que usaríamos y yo llevaba la mochila del parapente que pesa unos diez kilos y es bastante grande. Tuvimos luna llena que nos acompañó el resto de la noche y no fue necesario usar lámpara para iluminar el camino. Comenzamos a escalar en silencio, por un terreno de roca con bastante pendiente. Fueron alrededor de 300 metros de desnivel de esta forma hasta que llegamos al inicio del glaciar. Ahí nos pusimos los crampones, el arnés, sacamos nuestros piolets, nos encordamos Tshering y yo, e iniciamos el ascenso por el glaciar. Desde el inicio del glaciar hasta la cima tenía unos 50º de inclinación por lo que siempre tuvimos que escalar con el mayor cuidado. 


El amanecer
Durante las siguientes dos vivi algunas de las mejores horas que he pasado en la escalada. La luna iluminaba las montañas de la cordillera de los himalaya como si fuera de día pero eventualmente la noche fue dando paso al amanecer y comenzó a cambiar el color del cielo. A nuestro lado izquierdo, el cielo tenía franjas de color negro, azul y morado. De nuestro lado derecho, podía ver la cima del Everest, Makalu, Lhotse, Nuptse, Baruntse y Ama Dablam. Se veían las primeras luces del amanecer con el cielo rojo, naranja, amarillo y azul. Fue un espectáculo magnífico que espero recordar siempre.

Subiendo por el glaciar
Conforme íbamos subiendo, el viento fue aumentando y a las siete de la mañana llegamos a la cima este del pico Lobuje, marcada por varias hileras de banderas de oraciones de colores. La cima era ideal para un despegue del parapente pero el fuerte viento venía justo del lado opuesto, lo que en ese momento hacía imposible el despegue. Esperé media hora sentado, analizando el clima y me di cuenta que la única forma de despegar sería aprovechar una de las breves ventanas en las que desaparecía el viento. Saqué el parapente, me puse el arnés y durante una hora y media estuve intentando. Me di cuenta que a 6,200 metros era muy difícil hacer un despegue sin la ayuda del viento de frente por lo que a las 9:00am, con la ayuda de Tshering, guardé el parapente y comenzamos el descenso. Hubiera preferido haber volado y no haber tenido que cargar el parapente de bajada pero sería en otra ocasión.

En la cima, con el parapente empacado del lado izquierdo
El descenso lo hicimos con gran cuidado, asegurándonos mutuamente cada treinta metros. En estos tiempos los Sherpas escalan con mucha seguridad y buena técnica y me sentí completamente seguro cuando Tshering me aseguraba. Bajamos en dos horas lo que nos llevó cuatro horas de subida. Desmontamos el campamento, empacamos las maletas y cargamos el equipo de bajada hasta donde estaba el yak con el “yakero” (a falta de una mejor palabra). Caminamos de regreso hacia el hotelito y en el camino nos encontramos a Ricardo y a Mingma que nos recibieron con chocolates y Coca-Colas.





Así terminó el ascenso al pico Lobuje. Mañana nos dirigiremos hacia el Island Peak, que es la montaña que subiremos todos juntos.

Dos días de Deboche a Lobuje


Todavía nos está costando trabajo acostumbrarnos a la diferencia de horario y nos hemos estado despertando a las tres o cuatro de la mañana. A la siete nos salimos del sleeping bag y empacamos las maletas que se llevarán los yaks. Luego, pasamos al comedor y pedimos café para los dos mientras preparan el desayuno. A las ocho y media de la mañana ya estábamos en camino, pasando por el último tramo de bosque y continuando con la subida por el valle del Khumbu. A partir de ese momento sólo veríamos tierra, piedras y hielo.

Cruzamos Pangboche y Shomare, y vimos mucha gente bajando, mucha más de la que va subiendo, porque la temporada ya está por terminar. Nuestro objetivo para ese día era Pheriche, donde está la clínica del HRA (Himalayan Rescue Asociation). En la tarde pensé hacer un vuelo de prueba en el parapente, en una de las colinas que rodean Pheriche, pero el viento era bastante fuerte y decidí dejarlo para el día siguiente. Hay una casita en Pheriche donde tienen internet, lentísimo por cierto, y coincidió que mientras usábamos la computadora en el comedor de la casa, habían ocho monjes y monjas budistas haciendo una ceremonia de puja, recitando mantras, tocando cornetas y platillos.

La mañana siguiente, aún despertándonos en la madrugada, empezamos a caminar en cuanto nos alcanzó el sol. La primera parte del recorrido es relativamente plana, caminando a lo largo de un valle rodeado de montañas de seis y siete mil metros, con enormes glaciares. La segunda parte es una subida muy inclinada que termina en una planicie donde hay decenas de pilares de rocas que son monumentos a alpinistas, y entre ellos varios Sherpas, que han muerto en el Everest y en las montañas que lo rodean. Media hora después ya estábamos en Lobuje donde pasaríamos la noche. Pero en esta ocasión sí pude hacer el vuelo en la tarde. Con Tshering subí a una colina, saqué el parapente y al segundo intento despegué, volando por una cañada de unos dos kilómetros de largo. Me sorprendió lo rápido que vuela el parapente a esta altura debido a la densidad del aire. El aterrizaje fue muy suave, en el campamento base del Lobuje (este es el nombre tanto de la montaña que subiré, como del lugar donde está el hotelito donde dormimos).

El plan para los siguientes dos días es que nos separaremos, Ricardo yendo al campamento base del Everest con Mingma y yo subiendo y tratando de volar desde el Lobuje East. Luego nos encontraremos en Lobuje (el hotel) y nos iremos hacia el Island Peak para intentar el ascenso juntos.

De Namche a Deboche


Dejamos Namche alrededor de las nueve de la mañana, una vez que quedaron montadas nuestras maletas en los yaks que nos acompañarán el resto del camino. Tan solo minutos después de que comenzamos la marcha vimos por el Monte Everest por primera vez en este viaje. Es un panorama espectacular en el que se alcanzan a ver las cimas del Nuptse, Lhotse, Everest y Ama Dablam y nos tocó un cielo azul intenso. Pasamos por varias stupas (monumentos budistas) y tras aproximadamente una hora de camino el camino comenzó a bajar y nos volvimos a adentrar en el bosque. Veíamos como la gente que iba subiendo en sentido opuesto venía sudando y sufriendo por la subida. No faltaba mucho para que nos tocara a nosotros.

Alcanzamos el fondo del valle, cruzamos un puente colgante sobre un río y comenzamos el ascenso a Tengboche. Son casi 600 metros verticales de subida y por suerte cuando empezamos a subir el cielo ya se estaba nublando. Subimos a un paso lento pero constante y ahora veíamos como la gente que venía en sentido contrario bajaba con facilidad mientras nosotros sufríamos. Hicimos una breve parada a la mitad del ascenso y aproximadamente una hora y media después llegamos a Tengboche, lugar donde está el monasterio más grande del Khumbu. Ya comenzaba a hacer bastante frío y decidimos continuar nuestro camino hasta Deboche a una media hora más de marcha.

El hotelito estaba prácticamente vacío y pasamos la tarde descansando y leyendo. Después de la cena los dueños del hotelito y algunos sherpas más se sentaron alrededor de la estufa para calentarse. Luego llegó un tibetano que traía un instrumento extraño, típico de esa región, que de un lado parece como charango o mandolina y del otro una sitiara. Se paró y comenzó a tocarlo, a cantar y a bailar al mismo tiempo. Cantó lo que parecieron cuatro canciones y se sentó enfrente de un vaso lleno de ron que le pusieron enfrente como “pago”. Fue un final divertido para un buen día.

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Dos días caminando a Namche.


Sonó el despertador a las cinco de la mañana pero ya llevaba un rato despierto. Ya había dejado todas las maletas preparadas y algunos minutos después ya íbamos rumbo al aeropuerto para nuestro vuelo a los Himalaya. En Katmandú están separadas las terminales para vuelos nacionales y los internacionales pero son tan diferentes que parecería que están en países diferentes. Había ya una larga fila para entrar a la terminal nacional y Tshering y Mingma ya nos estaban esperando. Como todo lo demás en Nepal, la terminal nacional es un caos que de alguna manera funciona a la perfección. Para documentar las maletas para el vuelo es mejor no meterse y dejar que los sherpas se encarguen.

La pequeña avioneta de Tara Air despegó a tiempo a las 6:30 de la mañana justo cuando comenzaba a salir el sol en el valle de Katmandú. La avioneta tiene solo dos asientos por fila y nos sentamos hasta adelante, Ricardo del lado izquierdo con toda al vista a los Himalaya y yo del lado derecho donde podía ver al piloto y copiloto volar por la cabina abierta. El aterrizaje en Lukla nunca deja de ser emocionante con esa pista tan corta y con bastante inclinación. Me sorprendió que hacía mucho más frío de lo que esperaba y nos comentan que esta temporada ha sido más fría de lo normal.

Desayunamos en Lukla y comenzamos nuestra marcha por el valle del Khumbu. En ese primer día caminamos paralelamente al Dhud Kosi, el río de aguas blancas que baja por el valle. Después de tres horas llegamos a Phakding donde paramos un rato a descansar y comimos Dhal Bhat. Cruzamos el río tres o cuatro veces por unos puentes colgantes. Finalmente nos paramos a dormir en Monjo que está a unos 3,000 metros de altura.

Pasamos una buena noche aunque despertamos temprano, todavía sin acostumbrarnos al horario. En Jorsale está la entrada al Parque Nacional de Sagarmatha y nos registramos con nuestros permisos de escalar y pagamos una cuota de entrada al parque de 3,000 rupias cada uno (500 pesos aproximadamente). Nuevamente el camino nos llevó a lo largo del río hasta que cruzamos el último puente e iniciamos la subida a Namche. Es un ascenso de unos 600 metros a lo largo de un camino que zigzaguea por el bosque. Nos encontramos de tráfico de bajada de gente y de yaks. A la mitad del camino hicimos una breve parada para tomar agua y descansar un poco y continuamos sin parar hasta Namche.

Esta pequeña población ha crecido impresionantemente en la última década y tan solo en año y medio hay cinco o seis grandes edificios que son nuevos para mi. Nos quedamos en el Panorama Lodge donde Lakpa Doma y Sherab, los dueños, nos reconocieron de inmediato. Tuvimos que cumplir un requisito más de la burocracia Nepalí y pasamos a la oficina del SPCC (Sagarmatha Polution Controll Committee) a registrar los permisos de escalar de las dos montañas. Regresamos al hotel a bañarnos y a quitarnos la ropa polvorienta de estos dos días y luego regresamos al pueblo a tomar un café y a saludar a los conocidos que hemos hecho después de pasar varias veces por aquí.