Escalando el Izta y vuelo en parapente.
Eran pocos minutos después de las nueve
de la noche y la fecha era viernes 8 de febrero. Me encontraba en la zona
conocida como La Joya en el Iztaccihuatl desde donde se inicia la marcha para
escalar el volcán. Tan sólo seis horas antes me encontraba todavía en la
oficina, sacando los últimos pendientes del día. Luego me encontré con Ricardo,
subimos las cosas a la camioneta y nos sumergimos en el tráfico típico de la
Ciudad de México en viernes por la tarde. A vuelta de rueda avanzamos durante
tres horas por Viaducto, Zaragoza y la carretera a Puebla. Pero al llegar a
Chalco tomamos la nueva autopista hasta Amecameca y a as 8:00pm estábamos en
Paso de Cortés, entre los dos volcanes, pagando nuestras entradas al parque
nacional.
Manejamos hasta la Joya y comencé a
prepararme para escalar solo durante el resto de la noche. Ricardo se quedaría
en el campamento base para dormir y apoyarme en caso de alguna emergencia.
Porque este no sería un ascenso como cualquier otro. Bajaría de la cima volando
con mi parapente. No hacía tanto frío y el viento estaba en calma por lo que
escogí ropa de montaña ligera. Ya listo, me eché al hombro la enorme mochila
del parapente y comencé a caminar.
No había luna para iluminar mi camino y
tuve que depender de mi lámpara que alumbraba un par de metros frente a mi.
Llevaba mi iPod y durante el resto de la noche escuché música y programas de
historia. Cuando me aburría uno, cambiaba a otro. Este ascenso al Izta lo he
realizado solo varias veces y me sentía con toda la confianza en la ruta y en
mis pasos. A buen paso fui ganando altura y el primer descanso lo hice después
de dos horas de marcha en el Segundo Portillo en la zona de los pies. Sentí
gran alivio al quitarme de encima, aunque fuera por tan solo algunos minutos, la
mochila del parapente que estimo que pesaba unos 12 kilos. Cuando sentí que
comenzaba a enfriarme reanudé la marcha para entrar nuevamente en calor.
Así continué escalando el resto de la
noche, pasando por el Refugio, las Rodillas y al llegar a la Panza entré al
primero de los grandes glaciares del volcán. Como ya sabía qué condiciones
esperar no llevaba crampones y recorrí este tramo con cuidado. Me sentía
extraordinariamente bien, muy fuerte y sin dolores de cabeza. El difícil
entrenamiento para el Ironman me tiene en la mejor condición física que he
tenido en toda mi vida. Subí muy animado la arista que lleva al Pecho y a la
cima del Iztaccihuatl y algunos minutos antes de las cinco de la mañana llegué
al punto más alto, a más de 5,200 metros de altura. Como me encontraba solo no
tuve a quién felicitar ni quién me felicitara pero no era necesario. La
satisfacción que sentía era mucho más que suficiente.
El Pico de Orizaba y la Malinche al amancer. |
Mi plan era despegar justo al amanecer
para evitar la turbulencia que se genera cuando se calienta la tierra y tuve
que esperar casi dos horas en la cima. Poco a poco comenzó a iluminarse el
cielo hacia el Este y a las 6:30am encendí el radio que llevaba y hablé con
Ricardo. Le avisé que todo estaba bien y que planeaba despegar en media hora.
Comencé a preparar mi equipo: casco, arnés con paracaídas de emergencia y el
parapente. Había un viento constante del Suroeste y decidí despegar hacia el
lado de Amecameca y la Ciudad de México.
El glaciar de Pecho. Despegué hacia el lado izquierdo de esta foto |
Cuando sentí los primeros rayos del sol
me encontraba listo para despegar y me tomó varios intentos lograr que el
parapente estuviera en la posición ideal para el despegue porque las rocas en
el suelo hacían que se atoraran las líneas del parapente. Finalmente, entre dos
rachas de viento, tiré de las líneas, comencé mi carrera hacia el vacío y me
elevé. En un instante me envolvió un viento ascendente y me momentáneamente me
quedé flotando junto a la montaña sin poder avanzar pero ¡estaba volando!
Empecé a hacer una revisión del parapente y con gran sorpresa me encontré que
el lado izquierdo del ala tenía varias piedras grandes adentro. Nunca me había
pasado esto pero no parecía peligroso y tenía control total sobre él. Entonces
comencé a apreciar la vista que tenía alrededor: El sol saliendo por detrás del
Pico de Orizaba, iluminando de color rosa y naranja los glaciares del Izta que
quedaban a mi lado izquierdo, frente a mi la silueta del Popocatépetl y al lado
izquierdo alcanzaba a ver las luces de la Ciudad de México que aún brillaban.
¡Qué gran momento!
El glaciar de la Panza y el Popocatepetl al fondo. |
Me comuniqué con Ricardo por el radio y
le avisé que estaba en el aire. Con el viento de frente, iba flotando sobre las
aristas del volcán avanzando poco a poco hacia la Joya donde me esperaba
Ricardo. Me llevó casi treinta minutos recorrer los siete kilómetros hasta mi
destino y conforme me iba a cercando comenzaba a sentir que aumentaba la
turbulencia. Finalmente, hice mi aproximación final, hacia la Joya donde ya
habían algunos coches estacionados, pero que me dejaron espacio suficiente para
mi llegada. Aterricé fuerte y rodé al final. Aprendí que con la altura las
cosas pasan mucho, pero mucho más rápido y la velocidad al aterrizaje fue
superior a un aterrizaje en una altura menor. Pero me encontraba de regreso en
tierra tan solo diez horas después de haber iniciado el ascenso y me recibió
Ricardo con un abrazo. Un gran final para una gran aventura.