Regresando al Everest por el Doble Ascenso

Mayo del 2011 fue uno de los meses más estresantes que he vivido, pero al mismo tiempo fue uno de los mejores. Intenté por segunda vez un Doble Ascenso al Monte Everest, algo que hasta este momento nadie ha podido realizar. Primero traté de escalar por la cara Norte del lado de Tíbet pero comencé a tener fuertes dolores de cabeza que en ese momento pensé que podían ser síntomas de edema cerebral. Regresé a Katmandú, me hicieron algunas pruebas en el hospital y subí de nuevo para escalar ahora el lado Sur, en Nepal. Pero el día que intenté llegar a la cima me vi atrapado en medio una larga fila de montañistas. Hacía frío y no me sentía que existían los elementos de seguridad para continuar el ascenso, por lo que tomé la decisión de retornar. Siempre he tenido un respeto total hacia la montaña más alta del mundo pero ese año recibí una lección de humildad y nunca tuve dudas sobre la decisión que tomé.


La cara Sur del Everest, Nepal.
Primero con mis problemas con el corazón y luego con los constantes dolores de cabeza, era evidente que mi cuerpo estaba afectado por los efectos de la altura y tuve que replantear mis objetivos. Lo principal era permitir que mi cuerpo se repusiera pero sin dejar de ponerme metas interesantes y ambiciosas ya que de otra manera tendría una vida vacía. Fue entonces que decidí volver a navegar, tomé cursos, preparé mi velero Champ y en 2012 participé en una carrera en la que crucé solo desde San Francisco a Hawái. Poco a poco los dolores de cabeza fueron desapareciendo y en Septiembre del año pasado visité durante varios días las instalaciones de la Clínica Mayo en Arizona en donde me realizaron cuantiosas pruebas del corazón y el cerebro. Los resultados fueron tan positivos que en ese momento comencé a planear una expedición para el mes de Noviembre a dos picos relativamente pequeños de los Himalaya. Uno de los objetivos era confirmar que mi corazón y cerebro estaban verdaderamente sanos y no tendría recaídas al volver a las alturas. Resultó ser una expedición fenomenal en la que escalé el Pico Este del Lobuje y el Island Peak con Ricardo, mi papá. Pero regresando de ese viaje se aferró a mi mente una pregunta que constantemente me agobiaba: ¿Podría regresar al Everest y por fin completar el Doble Ascenso que no pude concluir en 2010 y 2011?
 
Después de muchas, y créanme que han sido muchas, horas de darle vueltas y considerar la pregunta he tomado la decisión de intentarlo una vez más. Everest, 2013. Pienso que en esta ocasión tengo mayores probabilidades de lograrlo que en cualquiera de los años anteriores, sobre todo por la nueva planeación logística que estoy haciendo, la experiencia acumulada y el que estoy en la mejor condición física de mi vida. Es un gran cliché pero finalmente es cierto: no quiero, años después, arrepentirme de no haber intentado una vez más alcanzar mi meta, habiendo tenido una última oportunidad de realizar un Doble Ascenso al Monte Everest.
 
La cara Norte, en Tibet, China.
No tengo nada que demostrar y mi principal motivación es simplemente lograr el objetivo que me fijé hace años o por lo menos hacer mi mejor esfuerzo. Eso, y vivir nuevamente una aventura incomparable, escalando hasta alturas extremas, sorteando todos los retos que me vaya presentando la naturaleza e inmerso en la cultura de los Sherpas, de Nepal y de Tíbet que en la última década se han convertido en mi segunda casa.

Finalmente, un elemento que hace que este año sea aún más interesante para triunfar en la aventura del Doble Ascenso es que en 2013 se cumplen 60 años del primer ascenso al Monte Everest por Edmund Hillary y Tenzing Norgay en 1953. Estoy seguro de que, en caso de alcanzar mi objetivo, este aniversario hará que el logro sea aún más memorable.
 
Hasta la victoria, ¡siempre!


En la cima del Everest en 2010 con el Buda de Hillary.
 

Escalando el Izta y vuelo en parapente.


Eran pocos minutos después de las nueve de la noche y la fecha era viernes 8 de febrero. Me encontraba en la zona conocida como La Joya en el Iztaccihuatl desde donde se inicia la marcha para escalar el volcán. Tan sólo seis horas antes me encontraba todavía en la oficina, sacando los últimos pendientes del día. Luego me encontré con Ricardo, subimos las cosas a la camioneta y nos sumergimos en el tráfico típico de la Ciudad de México en viernes por la tarde. A vuelta de rueda avanzamos durante tres horas por Viaducto, Zaragoza y la carretera a Puebla. Pero al llegar a Chalco tomamos la nueva autopista hasta Amecameca y a as 8:00pm estábamos en Paso de Cortés, entre los dos volcanes, pagando nuestras entradas al parque nacional.

Manejamos hasta la Joya y comencé a prepararme para escalar solo durante el resto de la noche. Ricardo se quedaría en el campamento base para dormir y apoyarme en caso de alguna emergencia. Porque este no sería un ascenso como cualquier otro. Bajaría de la cima volando con mi parapente. No hacía tanto frío y el viento estaba en calma por lo que escogí ropa de montaña ligera. Ya listo, me eché al hombro la enorme mochila del parapente y comencé a caminar.

No había luna para iluminar mi camino y tuve que depender de mi lámpara que alumbraba un par de metros frente a mi. Llevaba mi iPod y durante el resto de la noche escuché música y programas de historia. Cuando me aburría uno, cambiaba a otro. Este ascenso al Izta lo he realizado solo varias veces y me sentía con toda la confianza en la ruta y en mis pasos. A buen paso fui ganando altura y el primer descanso lo hice después de dos horas de marcha en el Segundo Portillo en la zona de los pies. Sentí gran alivio al quitarme de encima, aunque fuera por tan solo algunos minutos, la mochila del parapente que estimo que pesaba unos 12 kilos. Cuando sentí que comenzaba a enfriarme reanudé la marcha para entrar nuevamente en calor.

Así continué escalando el resto de la noche, pasando por el Refugio, las Rodillas y al llegar a la Panza entré al primero de los grandes glaciares del volcán. Como ya sabía qué condiciones esperar no llevaba crampones y recorrí este tramo con cuidado. Me sentía extraordinariamente bien, muy fuerte y sin dolores de cabeza. El difícil entrenamiento para el Ironman me tiene en la mejor condición física que he tenido en toda mi vida. Subí muy animado la arista que lleva al Pecho y a la cima del Iztaccihuatl y algunos minutos antes de las cinco de la mañana llegué al punto más alto, a más de 5,200 metros de altura. Como me encontraba solo no tuve a quién felicitar ni quién me felicitara pero no era necesario. La satisfacción que sentía era mucho más que suficiente.

El Pico de Orizaba y la Malinche al amancer.
Mi plan era despegar justo al amanecer para evitar la turbulencia que se genera cuando se calienta la tierra y tuve que esperar casi dos horas en la cima. Poco a poco comenzó a iluminarse el cielo hacia el Este y a las 6:30am encendí el radio que llevaba y hablé con Ricardo. Le avisé que todo estaba bien y que planeaba despegar en media hora. Comencé a preparar mi equipo: casco, arnés con paracaídas de emergencia y el parapente. Había un viento constante del Suroeste y decidí despegar hacia el lado de Amecameca y la Ciudad de México.

El glaciar de Pecho. Despegué hacia el lado izquierdo de esta foto
Cuando sentí los primeros rayos del sol me encontraba listo para despegar y me tomó varios intentos lograr que el parapente estuviera en la posición ideal para el despegue porque las rocas en el suelo hacían que se atoraran las líneas del parapente. Finalmente, entre dos rachas de viento, tiré de las líneas, comencé mi carrera hacia el vacío y me elevé. En un instante me envolvió un viento ascendente y me momentáneamente me quedé flotando junto a la montaña sin poder avanzar pero ¡estaba volando! Empecé a hacer una revisión del parapente y con gran sorpresa me encontré que el lado izquierdo del ala tenía varias piedras grandes adentro. Nunca me había pasado esto pero no parecía peligroso y tenía control total sobre él. Entonces comencé a apreciar la vista que tenía alrededor: El sol saliendo por detrás del Pico de Orizaba, iluminando de color rosa y naranja los glaciares del Izta que quedaban a mi lado izquierdo, frente a mi la silueta del Popocatépetl y al lado izquierdo alcanzaba a ver las luces de la Ciudad de México que aún brillaban. ¡Qué gran momento!

El glaciar de la Panza y el Popocatepetl al fondo.
Me comuniqué con Ricardo por el radio y le avisé que estaba en el aire. Con el viento de frente, iba flotando sobre las aristas del volcán avanzando poco a poco hacia la Joya donde me esperaba Ricardo. Me llevó casi treinta minutos recorrer los siete kilómetros hasta mi destino y conforme me iba a cercando comenzaba a sentir que aumentaba la turbulencia. Finalmente, hice mi aproximación final, hacia la Joya donde ya habían algunos coches estacionados, pero que me dejaron espacio suficiente para mi llegada. Aterricé fuerte y rodé al final. Aprendí que con la altura las cosas pasan mucho, pero mucho más rápido y la velocidad al aterrizaje fue superior a un aterrizaje en una altura menor. Pero me encontraba de regreso en tierra tan solo diez horas después de haber iniciado el ascenso y me recibió Ricardo con un abrazo. Un gran final para una gran aventura.