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Mi mochila, con su vieira |
Mi
llegada a Viana durante el Camino de Santiago fue un asunto doloroso,
literalmente. Entre tendinitis y ampollas en los pies, caminaba con mucha
dificultad y estaba recorriendo en promedio 8 kilómetros al día menos de mi
objetivo de 50. Tomé tres decisiones. La primera fue hospedarme en un pequeño
hotel en vez de un albergue para descansar mis pies y meterlos en una tina con
agua helada y hielos. La segunda fue que en vez de andar los más de 800km del
Camino en tan sólo 15 días, me tomaría cinco días más, recorriendo una
distancia menor hasta recuperarme. Y por último, decidí revisar completamente
el contenido de mi mochila y enviar por correo a México todo lo que no fuera verdaderamente
indispensable. Fueron casi 5kg de peso que bajó la mochila cuando saqué mi
cámara, un pequeño tripié, pantalones de mezclilla, camisa, tenis de montaña (me
quedé únicamente con mis tenis de correr y sandalias) y un iPad. Qué distinta
era mi idea de las cosas “esenciales” una vez que las había tenido que cargar
durante varios días.
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Viñedos en La Rioja |
Continué
mi marcha con mucho mejor ánimo y procurando cuidar mis pies tomando descansos
periódicos. Navarra dio paso a La Rioja y caminar entre los viñedos se volvió
parte de la atmósfera mágica de mi recorrido. En Abril en el norte de España,
la vid aparenta ser un pequeño tronco grueso y seco con pocas ramas torcidas,
que sale de una tierra aún más seca, agrietada y rojiza. Es difícil imaginar
que en tan solo unos meses esas varas estarán completamente cubiertas de hojas
verdes y racimos de uvas de donde saldrán los mejores vinos del mundo.
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Catedral de Burgos |
Con el
pasar de los días se recuperaban mis pies y junto con ellos mi confianza. Varias
veces al día me encontraba atravesando pequeños poblados que parecían
abandonados. Las pequeñas villas como Belorado, Terradillo de los Templarios y
Hermanillos de la Calzadilla tenían más de la mitad de sus edificios vacíos y
los pobladores son generalmente personas mayores que se reúnen por las tardes
en el bar del pueblo para ver el futbol y jugar cartas. En pocos años se
convertirán en pueblos fantasmas. Por otro lado, en las grandes ciudades como
Logroño, Burgos, León y Ponferrada, e incluso en otras más pequeñas como Palas
de Rei y Astorga era reconfortante observar movimiento y gente joven que le
inyecta energía y vida a esas viejas urbes.
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O'Cebreiro |
De La
Rioja pasé a Castilla y León, caminando por la enorme meseta y teniendo a la
vista durante varios días la cordillera nevada de Picos de Europa. Mientras
caminaba, me imaginaba regresando algún día para escalarlos y a hacer vuelos en
parapente. Así me distraía durante las horas de marcha y seguía disfrutando las
tardes, cuando generalmente tenía las sendas para mi solo. Todos los días registraba
mi progreso en los mapas y contaba los kilómetros que me faltaban por caminar
hasta Santiago de Compostela, pero no fue sino hasta que llegué al pueblo
mágico de O’Cebreiro en Galicia que sentí que el fin del Camino estaba cerca.
Esta pequeña villa tiene una sola calle con edificios de piedra y algunas
construcciones todavía con techo de paja, pero tiene una historia repleta de leyendas
de principios de la edad media. También por ahí estuvieron los Reyes Católicos en
su recorrido por el Camino de Santiago y les sucediera un “milagro” relacionado
con el Santo Grial. En la noche, la luna llena y la niebla le dieron al pueblo
un toque surrealista. Estaba consciente de que en pocos días terminaría esta
gran travesía y al acercarme a mi destino aumentaba mi sensación de bienestar.
19 días
después de que comencé a caminar en Francia llegué a
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Amanecer del último día |
Santiago de Compostela. Antes
del amanecer de ese último día dejé la posada en Pedrouzo y todavía en la
oscuridad seguí la vereda por el bosque junto con otros peregrinos. Me
emocionaba saber que tan solo 20 kilómetros me separaban de la culminación de
mi viaje. Salió el sol, me paré a tomar un café para sacudirme el frío de la
mañana y reanudé mi marcha. En las afueras de Santiago de Compostela hay un
cerro llamado Monte de Gozo en donde los peregrinos ven por primera vez la
ciudad de Santiago y las torres de la catedral a la distancia. Más que gozo sentí
que era inevitable el final de esta aventura y me apresuré a bajar hacia la
ciudad.
Los
edificios relativamente modernos de los suburbios se convirtieron en
construcciones cada vez más viejas y las calles se volvieron más angostas. Pero
de pronto el callejón por el que avanzaba desembocó en la Plaza del Obradoiro,
el corazón de Santiago de Compostela rodeada en sus cuatro lados por la famosa Catedral,
el Hospital Real, el Palacio de Rajoy y el Colegio de San Jerónimo. Mi camino
de 800 kilómetros había terminado. Pero el Camino me tenía una última sorpresa
para convertir mi llegada en algo inolvidable. Al visitar la Catedral se
celebraba la misa diaria para los peregrinos a las 12:00pm en la que pocas
veces al año hace su aparición el Botafumeiro pero por alguna razón que nunca
conocí, ese lunes me tocó vivirlo. Es un enorme incensario que cuelga de un sistema
de poleas y palancas desde
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Botafumeiro |
la cúpula de la catedral. Un grupo de ayudantes va
tirando del otro extremo de la cuerda para que el botafumeiro comience a
moverse de lado a lado como péndulo, cada vez con más velocidad hasta terminar
recorriendo un arco de unos 100 metros en pocos segundos. Es un espectáculo que
hay que presenciar para poder entender lo asombroso que es. Por último, en la oficina
de atención al peregrino me entregaron un certificado al que llaman Compostela
y un voluntario escribió mi nombre en la lista de peregrinos. Quedaré ahí como
una estadística que con los años se volverá irrelevante. Lo valioso fue vivir
mi propio Camino de Santiago.