Como me
sucede con las grandes aventuras y proyectos, el caminar más de 800 kilómetros
en menos de tres semanas parece sin duda un reto inmenso, difícil de asimilar.
Pero si comienzo a dividirlo en objetivos cada vez más pequeños, se convierte
en algo realizable. 800km en 20 días se transforman en 40km por día. Incluso
eso es casi un maratón diario, cargando una mochila. Pero al dividirlo en 20km
por la mañana y 20km por la tarde, caminando 5 horas en cada etapa, tendría que
caminar a un paso relativamente cómodo de tan solo 4 kilómetros por hora
promedio. De esa manera lo visualizaba. En total acabé dando 1,178,670 pasos y
caminando 813.7km (los registré con un acelerómetro que llevaba en la muñeca).
Todo inició con el primer paso que di al dejar el albergue en St. Jean Pied de
Port.
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Primer amanecer |
Mi
primer objetivo era salir de St. Jean y cruzar los Pirineos. No tardé en dejar
atrás el pequeño pueblo medieval y comenzar a caminar por una estrecha
carretera en el campo, a lo largo de laderas de montañas completamente
tapizadas de verde.
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Subiendo por los Pirineos |
Mientras
ascendía por el inclinado camino en la cordillera, quedaban atrás los valles de
Francia y se veían enfrente enormes montañas, algunas coronadas con
impresionantes rocas pero principalmente con cimas modestas cubiertas de pasto.
Pasaron las horas mientras andaba y me encontré algunos otros peregrinos
caminando por el sinuoso trayecto. También noté que habían varios ciclistas
esforzándose por ascender y en las subidas íbamos al mismo ritmo, pero en las
bajadas me dejaban atrás en pocos segundos. Cada vez que llegaba a un crucero
en el que el camino se dividía o no quedaba completamente claro por dónde
seguir, habían marcas pintadas sobre las piedras o mojoneras con el dibujo de
la vieira (concha) marcando el camino. Normalmente con un fondo azul, la vieira
pintada en amarillo se convirtió durante mi andar en un símbolo de continuidad
y de certeza de ir por la ruta correcta. Llegué al punto más alto de nuestro
cruce por los Pirineos poco antes del medio día y me senté unos minutos a
observar el majestuoso paisaje. El cielo estaba completamente azul y la
temperatura era agradable. Se me hacía difícil imaginarme en ese momento las
tormentas y el mal clima del que tanto había leído y que eran de esperarse ese
lugar. Muchos peregrinos habían muerto en esa zona a causa de las tempestades.
Posteriormente crucé la Frontera entre Francia y España marcada por una enorme
piedra tallada e inicié el descenso a Roncesvalles, en la provincia de Navarra.
Es famoso el monasterio y albergue de peregrinos de esta localidad ya que desde
ahí inicia el mayor número de peregrinos que siguen la Ruta Francesa del Camino
de Santiago. Tras una comida ligera, reanudé la marcha por un sendero junto al
río, con muchas menos subidas, pero ahora completamente solo. A eso me
acostumbraría en los siguientes días: caminar con mucha gente durante la mañana
y prácticamente solo por la tarde debido a que los peregrinos suelen andar
hasta la comida y por la tarde visitar los pueblos, lavar ropa, ir a misa y
simplemente descansar y recuperarse. Mi momento del día preferido fueron las
tardes, cuando tenía el Camino de Santiago para mi solo. Ese primer día caminé
hasta Zubiri a donde llegué a las 7pm. Terminé la jornada ligeramente cansado
pero sintiendo el principio de unas ampollas en mi pie izquierdo. En general
bien para haber sido mi primer día y recorrido 47km. Pasé la noche en el
Albergue Avellano donde me pusieron el sello en mi credencial de peregrino.
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Llegando a la parte más alta de los Pirineos |
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Roncesvalles |
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En invierno el camino está cubierto de nieve y estas marcas señalan la ruta |
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Pamplona vaciá |
Cada
mañana despertaba a las 6:30am, antes de la salida del sol. O más bien me
despertaban los otros peregrinos que comenzaban ruidosamente a prepararse para
comenzar la caminata del día. Guardaba mi saco de dormir, empacaba la mochila y
salía del albergue con las primeras luces del día. En los pueblos o albergues
donde había un café o un bar, me tomaba un espreso y un croissant y empezaba a
caminar. Por lo general oía música en mi iPod o escuchaba programas de ciencia
que tenía grabados. Lo veía como una forma de aprovechar el tiempo mientras
andaba. En ese segundo día llegué a Pamplona a la hora de la comida y me
encontré con una ciudad vacía, con todos los comercios cerrados por ser Semana
Santa. Me paré en el Parque de la Ciudadela para comer algo y al volver a
caminar sentí un dolor muy intenso en el Tendón de Aquiles de mi pie derecho.
Ese dolor, y las ampollas en el otro pie continuaron molestándome durante el
resto del trayecto y se volvieron un problema grave. Ahora reconozco que los
tenis de Trekking que llevaba no eran la mejor opción para ese recorrido y
terminé enviándolos por correo a México algunos días después. El resto de la
travesía lo hice con mis tenis de correr.
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Típico pueblo de Navarra |
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Señalando el camino |
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Mi mochila, con la vieira |
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Típica vista en el camino |
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Monumento al peregrino |
Pasando
Pamplona el camino se convirtió en un subir y bajar por la meseta que cubre esa
zona de Navarra. Era de llamar la atención que casi todo el campo que
potencialmente podía ser cultivado estaba sembrado y no se desaprovechaba ni
una hectárea. Constantemente alcanzaba a ver en el horizonte enormes turbinas
de viento de más de 100 metros de altura, como reguiletes gigantes. Algunas
horas más tarde ya los había dejado atrás. Pasé las siguientes noches en Cizur
Menor, Ayegui y Viana, caminando rodeado de varias personas por las mañanas y
andando solo por las tardes. Por lo general llegaba a los albergues entre las
siete y ocho de la tarde con tiempo justo para bañarme, lavar la ropa, cenar
algo rápido e irme a acostar antes de que apagaran las luces a las diez de la
noche. Una mañana todavía en Navarra pasé junto a las bodegas Irache donde conocí
la famosa la “Fuente de Vino”. En un muro de la Bodega hay un grifo de donde
sale vino tinto y los peregrinos son bienvenidos a llenar sus botellas sin
ningún costo.
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Turbinas de viento |
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Iglesia Templaria |
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Fuente de Vino en Bodegas Irache |
Me es
difícil explicar cómo es posible que caminar decenas de kilómetros al día
durante ocho o diez horas, sabiendo que al día siguiente me esperará
exactamente lo mismo, sea una de las mejores experiencias de mi vida. Pienso
que hay algo reconfortante y terapéutico en andar durante tanto tiempo, con un
objetivo claro cada día y sabiendo que cada paso me acerca un poco más a mi
meta. El medio se convierte en el fin, el camino se vuelve el destino.
Al
llegar a Viana había recorrido 169.7 kilómetros y dado 251,745 pasos pero mis
pies se encontraban en muy mal estado entre las ampollas y la tendinitis. Si
quería terminar el Camino, pero sobre todo disfrutar la aventura, tendría que
ser proactivo tomar una decisión de inmediato.
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Viana |