Navegando de Seattle a San Francisco. Cuarta parte.
La entrada el Muelle |
Gray's Harbor |
Lo que tuvimos
que hacer para la reparación fue pasar un cable de plomo como guía a través de la botavara de
aluminio. No estuvo tan sencillo y tardé unos veinte minutos en hacer que
saliera por la pequeña ranura que tiene
una polea. Después, con cinta gris sujetamos la punta del cable a la punta del
cabo. Luego, con mucho cuidado tiramos del cable y una vez que estuvo libre lo tejimos
por la vela y lo amarramos. Ahora sí me aseguré de hacer un nudo perfectamente
seguro. El otro extremo del cabo lo tuvimos que pasar por un sistema de cuatro
poleas, con mucho cuidado de hacerlo bien porque cualquier otra reparación la
tendríamos que hacer en el mar.
Terminamos los
trabajos después de las dos de la tarde y decidimos pasar una noche más en Gray’s
Harbor para estar totalmente descansados antes de continuar. Ya relajados,
salimos a comer una pizza en uno de los pocos restaurantes abiertos, recorrimos
de ida y vuelta el pequeño pueblo, y nos dormimos temprano.
El Jueves 16 de
Mayo, después de un buen desayuno, dejamos Gray’s Harbor y ahora si no
volveríamos a tocar tierra hasta San Francisco. El viento era muy favorable,
proveniente del Noroeste y de unos 20 nudos. Tan pronto salimos de la marina,
izamos las velas del Champ y nos dirigimos al sur. Aquí vale la pena comentar
que el Champ tiene tres velas: la Mayor, la Genovesa y el Foque. Estas últimas
dos están al frente del mástil. La vela Mayor se levanta a través de una driza
(cuerda) que la jala hacia arriba y nosotros tiramos de la cuerda con un
sistema que nos da una ventaja mecánica. Tanto la Genovesa como el Foque están
enrolladas en diagonal al frente y se desenrollan con el mismo sistema de
ventaja mecánica. Todo el día tuvimos este buen viento y navegamos con el Champ
muy estable. Cuando aumentó el viento recortamos la vela y agradecí el haber
realizado la reparación. Cociné la cena para los dos y después del atardecer
bajé a dormir un par de horas mientras Ricardo se quedaba haciendo guardia en
la cubierta ya con su ropa térmica y mucho más a gusto que dos noches antes.
Alrededor de
las once de la noche desperté y a Ricardo le tocó descansar el resto de la
noche. Yo estuve fuera un par de horas, viendo las estrellas, escaneando el
horizonte para ver si habían otros barcos y revisando la posición de las velas
para verificar que estuviéramos navegando de la forma más eficiente. Cuando me
invadió el sueño empecé con una extraña rutina de dormir treinta minutos,
despertar con una alarma, ver el horizonte, el viento y las velas y volver a
bajar a dormir treinta minutos, repitiendo esto durante el resto de la noche.
Esto es mucho más sencillo de lo que podría parecer y los minutos de sueño
acumulados son suficientes para sentirse completamente descansado al día
siguiente. Incluso, muchas veces me despertaba uno o dos minutos antes de que
sonara la alarma. Alrededor de las cinco de la mañana, se empezó a aclarar el
cielo y después el sol salió por el horizonte sin que viéramos tierra a nuestro
alrededor.
Millas náuticas
por recorrer: 486