19 de Septiembre: Recuerdos de Baja California
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El paso por esta larga península de Baja California me ha hecho recordar un viaje que hicimos en familia hace casi 15 años por estos lugares. Fue una aventura con tíos y primos en la que salimos en una camioneta desde la Ciudad de México y llevamos varias bicicletas de montaña con la intención de subirnos a ellas durante parte del recorrido. Hicimos algunas paradas hasta llegar a Mazatlán y ahí nos subimos al ferry que cruza hasta La Paz, Baja California Sur. Era verano y para nuestra mala suerte no servía el aire acondicionado del barco, por lo que la cabina que habíamos reservado terminó vacía y todos acabamos durmiendo en la cubierta del transbordador donde la brisa nos hacía más tolerable la noche.
Ya en la península íbamos acampando en la playa cuando podíamos y en otras ocasiones nos tuvimos que quedar en pequeños hoteles. Uno de los lugares más bonitos que recuerdo es Cabo Pulmo, donde la magia está en los impresionantes arrecifes a lo largo de la costa. Todavía lo considero como uno de los mejores buceos que he hecho en mi vida. Pasamos por Los Cabos y continuamos hacia el norte, acampando y pedaleando de vez en cuando. Cruzamos por las grandes salinas, por Loreto, vimos cientos de leones marinos y comimos tacos de pescado en Rosarito. Fuimos siempre hacia el Norte.
Sin embargo, el momento extraordinario ocurrió cuando en un pequeño pueblo (no recuero el nombre) se nos acercó una persona ofreciendo llevarnos a ver pinturas rupestres. Obviamente eran otras épocas en cuanto a temas de seguridad y no lo dudamos ni un momento. Manejamos algunos kilómetros y pronto se terminó el camino. Continuamos a pie por el desierto siguiendo a nuestro guía, llegando hasta un angosto cañón de roca rojiza, de unos 30 metros de alto y unos 5 de ancho. Primero caminamos dentro del cañón, pero habían unas secciones donde se formaban pozas y tuvimos que cruzar nadando. Pero finalmente llegamos hasta unas cuevas parcialmente cerradas y ahí vimos claramente las figuras en las paredes y en el techo. Eran de color rojo y negro, figuras de personas y animales hechas hace tal vez cientos de años.
Me siento muy afortunado de haber podido hacer ese viaje hace años y ahora, navegando a lo largo de la Península de Baja California hacia el Sur, me parece como si apenas estuviera yendo a casa, de regreso de esa aventura.
El paso por esta larga península de Baja California me ha hecho recordar un viaje que hicimos en familia hace casi 15 años por estos lugares. Fue una aventura con tíos y primos en la que salimos en una camioneta desde la Ciudad de México y llevamos varias bicicletas de montaña con la intención de subirnos a ellas durante parte del recorrido. Hicimos algunas paradas hasta llegar a Mazatlán y ahí nos subimos al ferry que cruza hasta La Paz, Baja California Sur. Era verano y para nuestra mala suerte no servía el aire acondicionado del barco, por lo que la cabina que habíamos reservado terminó vacía y todos acabamos durmiendo en la cubierta del transbordador donde la brisa nos hacía más tolerable la noche.
Ya en la península íbamos acampando en la playa cuando podíamos y en otras ocasiones nos tuvimos que quedar en pequeños hoteles. Uno de los lugares más bonitos que recuerdo es Cabo Pulmo, donde la magia está en los impresionantes arrecifes a lo largo de la costa. Todavía lo considero como uno de los mejores buceos que he hecho en mi vida. Pasamos por Los Cabos y continuamos hacia el norte, acampando y pedaleando de vez en cuando. Cruzamos por las grandes salinas, por Loreto, vimos cientos de leones marinos y comimos tacos de pescado en Rosarito. Fuimos siempre hacia el Norte.
Sin embargo, el momento extraordinario ocurrió cuando en un pequeño pueblo (no recuero el nombre) se nos acercó una persona ofreciendo llevarnos a ver pinturas rupestres. Obviamente eran otras épocas en cuanto a temas de seguridad y no lo dudamos ni un momento. Manejamos algunos kilómetros y pronto se terminó el camino. Continuamos a pie por el desierto siguiendo a nuestro guía, llegando hasta un angosto cañón de roca rojiza, de unos 30 metros de alto y unos 5 de ancho. Primero caminamos dentro del cañón, pero habían unas secciones donde se formaban pozas y tuvimos que cruzar nadando. Pero finalmente llegamos hasta unas cuevas parcialmente cerradas y ahí vimos claramente las figuras en las paredes y en el techo. Eran de color rojo y negro, figuras de personas y animales hechas hace tal vez cientos de años.
Me siento muy afortunado de haber podido hacer ese viaje hace años y ahora, navegando a lo largo de la Península de Baja California hacia el Sur, me parece como si apenas estuviera yendo a casa, de regreso de esa aventura.