Llegada a la cima por el lado de Nepal, 11 de Mayo

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El pronóstico señalaba que habrían vientos elevados la noche del 10 de Mayo y desafortunadamente fue bastante acertado. Pero la única forma de lograr un doble ascenso por rutas diferentes en la misma temporada era arriesgar un poco escalando en condiciones menos que óptimas. Hizo mucho viento en el campamento 4, en el Collado Sur, a 8,000 metros de altura cuando estábamos listos para escalar hasta la cima del Everest por primera vez. Tanto que las paredes de la tienda de campaña se colapsaban hacia adentro y teníamos la delgada tela sobre nosotros. Habíamos llegado al último campamento alrededor de la una de la tarde y tanto Sonam Sherpa como yo habíamos estado derritiendo hielo en la estufa durante horas para tener agua para hidratarnos y cocinar. Luego, nos metimos cada quien en nuestra bolsa de dormir para tratar de descansar un rato. Tenía planeado que iniciáramos el ascenso final a las diez de la noche pero decidí posponer el arranque una hora más y eso hizo toda la diferencia. En 2011 había desistido en el intento por el gran embotellamiento en el que nos vimos atrapados Dawa Steven y yo. En esta ocasión teníamos la montaña para Sonam y para mí solos, igual que la tuvieron para ellos Hillary y Tenzing hace 60 años. El resto de los cientos de alpinistas que intentarían la cima aún no se encontraban aún preparados para hacerlo. El Collado Sur se sentía como un pueblo abandonado.

Tardamos largo tiempo en equiparnos, en colocarnos las botas, arnés, en preparar las mochilas y colocarnos los crampones. Todas las veces anteriores que había llegado a la cima del Everest ya había una fila de luces rumbo a la cima para cuando iniciábamos la marcha. En esta ocasión solo había oscuridad. Cuando empezamos a caminar sabía que no había marcha atrás y no pararíamos hasta llegar a la cima. “Un pie adelante del otro” fue mi mantra durante las monótonas horas en las que escalamos en la noche. Mi lámpara tenía baterías nuevas pero de cualquier forma estuvo funcionando de manera intermitente y la lámpara de Sonam era tan potente que parecía suficiente para alumbrarnos el camino a los dos. Nuestro mundo se redujo a un radio de pocos metros, hasta donde alcanzaban a iluminar nuestras lámparas.

13 sherpas habían fijado cuerdas hasta la cima hacía apenas unas horas pero debido al fuerte viento y la nieve que cayó en la tarde las cuerdas estaban enterradas y la nieve nos llegaba hasta las rodillas cada vez que dábamos un paso. Nos costó mucho esfuerzo pisar y compactar la nieve para poder impulsarnos hacia arriba, centímetro a centímetro. Subíamos por una pendiente de nieve de unos 50º y de pronto alcanzamos la arista sureste que llega hasta la cima. Habíamos llegado a la zona conocida como El Balcón, a 8,500 metros de altura. Todavía era de noche pero en el horizonte se alcanzaban a ver las primeras luces del amanecer. Atrás de nosotros sólo se alcanzaban a ver tormentas eléctricas alrededor del Makalu, kilómetros debajo de nosotros. Cada uno de nosotros iba cargando dos botellas de oxígeno e hicimos el cambio de una botella usada por una nueva mientras descansábamos en el Balcón. La usada la dejamos ahí para no cargarla y posteriormente las recogimos en el descenso. El viento continuaba soplando con bastante fuerza y, si pensé que la situación mejoraría en la siguiente sección, estaba equivocado. Había más nieve y hasta pensé que existían condiciones propensas para las avalanchas. Sin embargo, mi corazón apuntaba hacia la cima y no pude negársela. Avanzamos mientras aclaraba el cielo y nos sorprendió el amanecer antes de la Cima Sur. Desde ahí hay una travesía por un filo de roca y nieve en cornisas y desde la primera expedición hace ocho años que crucé por primera vez desde ahí hasta el Escalón de Hillary, he sentido cada vez que paso que estoy dejando atrás un mundo y entrando a otro. Entrando a uno en el que siento que estoy perfectamente alejado de todo, en uno de los lugares más remotos e inaccesibles del planeta y se siente mucha soledad. Pero con la soledad llegó mucho viento que intentaba volarnos de la montaña pero lo resistimos y enfrentamos con energía. 

El Escalón de Hillary no representó mayor obstáculo este año. Lo escalé yo primero y Sonam me siguió. Se veía el cansancio en sus ojos pero al igual que yo también sentía la cima cerca y eso nos llevó hacia delante. Luchamos contra el viento los últimos metros y este soplaba más fuerte que nunca. De pronto se divisó a lo lejos el montón de banderas de oración y katas que marcan el punto más alto del planeta. La emoción que se siente es demasiada para ponerla en palabras. Nunca le harían justicia y estarían llenas de clichés. Lo cierto es que se siente mucha tranquilidad, con un cielo del color azul más intenso que he visto en mi vida, rodeado de picos de más de 8,000 metros que parecen enanos a comparación. Pero sobre todo que a pesar de estar en medio de vientos con fuerza de huracán, frío de -30ºC y respirando oxígeno de una lata para poder sobrevivir, estaba completamente en calma, en silencio. Y todavía faltaba la segunda parte del proyecto: volver a subir al Everest pero ahora por el lado de Tibet, algo que nadie había conseguido en la misma temporada hasta ese momento.