Doctor Tibetano
Regresando al campamento base, me dediqué a buscar a un doctor que pudiera
revisarme. Los pocos que normalmente se encuentran aquí habían subido al ABC
y todos a quienes preguntaba me sugerían que fuera a ver al doctor en
Rongbuk, el monasterio. Cuando pensé en un doctor tibetano, la primera
imagen que tuve fue de un señor mayor, sentado en el piso de un cuarto
oscuro, con anaqueles en las paredes llenos de frascos con hierbas, animales
disecados y cosas raras. Sin embargo, no tenía otra opción por el momento.
Para la mañana siguiente, ya se me había quitado completamente la sensación
de vértigo pero no quise forzarme a caminar hasta el monasterio por lo que
pagué 50 yuanes para que un autobús de turistas nos dejara a mí y a Fur
Gyalzen Sherpa en las carpas del "Hotel California". Ahí, tuvimos que buscar
otro transporte hasta el monasterio y conseguimos que nos llevara a los dos
un tibetano en una motoneta. Primero, pensé que iba a dar dos viajes para
llevarnos a cada uno, pero cuando ya me encontraba arriba, con el tibetano
manejando, se subió Fur Gyalzen y arrancamos por el camino de terracería.
Llegué al monasterio preparado para la consulta que ya me había imaginado.
Fur Gyalzen le preguntó a una monja que pasaba en dónde podíamos encontrar
al doctor. Se nos quedó viendo y nos pidió que la siguiéramos. Al fondo del
pasillo, la monja abrió una puerta y al entrar vi una enfermería
perfectamente limpia con todo tipo de medicamentos de laboratorio,
frasquitos con medicinas para inyectar, jeringas y una mesa de exploración.
Esa fue mi primera sorpresa. La monja me indicó que me sentara y me dispuse
a esperar al doctor mientras ella y Fur Gyalzen hablaban en tibetano y me
señalaban de vez en cuando. De uno de los cajones, la monja sacó uno de
estos aparatos digitales que miden la presión de la sangre, los que se
inflan y se desinflan solos. Mi presión era de 147 / 93 y a través de Fur
Gyalzen la monja me explicó que al pasar mucho tiempo en las montañas, se
genera mayor cantidad de glóbulos rojos, lo que hace que la sangre sea más
espesa y la presión mayor. Todo estaba bien, pero seguía aguardando la
llegada del tan esperado doctor tibetano.
Siguieron hablando Fur Gyalzen y la monja durante otro rato hasta que, de
otro cajón, ella sacó unos sobrecitos de medicinas con nombres en Chino, me
dijo que me tomara uno con cada alimento y que serían 16 yuanes
(aproximadamente 30 pesos) por la consulta y las medicinas. No lo podía
creer. Por los prejuicios que habían pasado por mi mente nunca me imaginé
que la monja sería la doctora, así como tampoco me había esperado un cuarto
limpio y con medicamentos de marca. La doctora me pidió que esperara algunos
días antes de volver a subir al ABC y se despidió con una sonrisa.
revisarme. Los pocos que normalmente se encuentran aquí habían subido al ABC
y todos a quienes preguntaba me sugerían que fuera a ver al doctor en
Rongbuk, el monasterio. Cuando pensé en un doctor tibetano, la primera
imagen que tuve fue de un señor mayor, sentado en el piso de un cuarto
oscuro, con anaqueles en las paredes llenos de frascos con hierbas, animales
disecados y cosas raras. Sin embargo, no tenía otra opción por el momento.
Para la mañana siguiente, ya se me había quitado completamente la sensación
de vértigo pero no quise forzarme a caminar hasta el monasterio por lo que
pagué 50 yuanes para que un autobús de turistas nos dejara a mí y a Fur
Gyalzen Sherpa en las carpas del "Hotel California". Ahí, tuvimos que buscar
otro transporte hasta el monasterio y conseguimos que nos llevara a los dos
un tibetano en una motoneta. Primero, pensé que iba a dar dos viajes para
llevarnos a cada uno, pero cuando ya me encontraba arriba, con el tibetano
manejando, se subió Fur Gyalzen y arrancamos por el camino de terracería.
Llegué al monasterio preparado para la consulta que ya me había imaginado.
Fur Gyalzen le preguntó a una monja que pasaba en dónde podíamos encontrar
al doctor. Se nos quedó viendo y nos pidió que la siguiéramos. Al fondo del
pasillo, la monja abrió una puerta y al entrar vi una enfermería
perfectamente limpia con todo tipo de medicamentos de laboratorio,
frasquitos con medicinas para inyectar, jeringas y una mesa de exploración.
Esa fue mi primera sorpresa. La monja me indicó que me sentara y me dispuse
a esperar al doctor mientras ella y Fur Gyalzen hablaban en tibetano y me
señalaban de vez en cuando. De uno de los cajones, la monja sacó uno de
estos aparatos digitales que miden la presión de la sangre, los que se
inflan y se desinflan solos. Mi presión era de 147 / 93 y a través de Fur
Gyalzen la monja me explicó que al pasar mucho tiempo en las montañas, se
genera mayor cantidad de glóbulos rojos, lo que hace que la sangre sea más
espesa y la presión mayor. Todo estaba bien, pero seguía aguardando la
llegada del tan esperado doctor tibetano.
Siguieron hablando Fur Gyalzen y la monja durante otro rato hasta que, de
otro cajón, ella sacó unos sobrecitos de medicinas con nombres en Chino, me
dijo que me tomara uno con cada alimento y que serían 16 yuanes
(aproximadamente 30 pesos) por la consulta y las medicinas. No lo podía
creer. Por los prejuicios que habían pasado por mi mente nunca me imaginé
que la monja sería la doctora, así como tampoco me había esperado un cuarto
limpio y con medicamentos de marca. La doctora me pidió que esperara algunos
días antes de volver a subir al ABC y se despidió con una sonrisa.