Las horas finales
Distancia recorrida: 2,206 millas
náuticas
Distancia por recorrer: 0 millas náuticas
Desde que salimos de San Francisco,
usamos como referencia la hora de California pero para la llegada a la meta era
completamente impráctico no usar la de Hawái por lo que a las nueve de la noche
(en realidad era la tarde) cambié todos los relojes a las 6:00pm. Entonces el
GPS estimaba nuestra llegada a la meta a las 6:00am del día siguiente. Como en
las últimas horas, el viento era de unos 20 nudos y de una dirección favorable.
Las olas eran de unos dos metros de altura. Antes del atardecer preparé mi
última cena en el Champ. Cuando terminé de cocinar la pasta en sobre, lo único
que quedaba de comida en todo el velero era un frasco de salsa de tomate y nada
más. Mis provisiones, a excepción de un cuarto de kilo de café, se habían
agotado. Luego salí a la cubierta del Champ y alcancé a ver que a unas millas
de distancia habían dos barcos que sólo podían ser buques de guerra. No se acercaron
mucho pero recuerdo que en ese momento pensé que me daba gusto haberlos visto
aún de día porque no me gustaría encontrarme con uno de ellos por la noche.
El viento nos impulsaba con gran
velocidad hacia la meta y el plan era comenzar a dormir en ciclos a partir de
las 8 de la noche y después de las cuatro de la mañana permanecer despierto a
la llegada porque ya estaríamos próximos a tierra. Cada vez dormía en
intervalos de 30 minutos y al despertar escaneaba el horizonte, veía las velas,
sentía el viento y volvía a dormir. En una de esas ocasiones en que dormía,
creo que alrededor de las 11 de la noche, me despertó una llamada por el radio
VHF que en todo momento tenía encendido. Claramente escuché (porque así se
identificaron) que era un buque de guerra llamando a otra embarcación. Al
haberme despertado súbitamente por esta llamada en el radio, decidí subir a la
cubierta a hacer mi ronda y a pesar de la oscuridad de la noche con gran
sorpresa vi que a no más de 300 metros de nosotros había un enorme buque de
guerra iluminado con luces amarillas. ¡El barco al que estaban tratando de
llamar era al Champ y nos estábamos dirigiendo directamente hacia ellos! Me
indicaron que debía alterar el curso de inmediato y tal vez treinta segundos
después de haber despertado nos encontrábamos rodeando la colosal embarcación.
No quiero imaginarme qué hubiera pasado si me hubiera despertado algunos
minutos después. Los daños al Champ hubieran sido considerables pero
posiblemente hubieran tratado de actuar antes de dejar que los golpeara un
pequeño velero.
El buque se alejó a gran velocidad y
nuevamente nos quedamos solos en la inmensidad del mar.
Era impensable que pudiera volver a
dormir después de tal sobresalto. Bajé a prepararme un fuerte café que me
mantuvo despierto el resto de la noche. Con mucha expectativa buscaba en el
horizonte la luz del faro de la costa norte de Kauai y sabía por las cartas de
navegación que lo debería comenzar a ver cuando estuviéramos a 23 millas de
distancia. Y fue exactamente cuando nos encontrábamos en ese punto que cada 10
segundos se vio la poderosa luz del faro.
Durante el resto de la noche observaba
las pocas estrellas que eran visibles y me quedaba viendo durante largo tiempo
a la luz del faro que cada 10 segundos se percibía, rompiendo la oscuridad. Nos
llegaba un aguacero tras otro pero afortunadamente no trajeron vientos muy
violentos. Me cuesta mucho trabajo poder compartir lo que viví en esas horas de
mi última noche pero definitivamente era una sensación de satisfacción, sabiendo
que me encontraba muy próximo a lograr mi meta y valorando cada minuto que me
quedaba del recorrido.
Teníamos instrucciones muy precisas para
la llegada y cuando nos quedaban 10 millas náuticas por recorrer intenté
contactar a través del radio a Rob Tryon del comité organizador pero no tuve
éxito. Cada vez que recorríamos dos millas intentaba de nuevo pero sólo la
respuesta era silencio. Cuando a las cinco de la mañana comenzaban a verse las
primeras señales del amanecer intenté nuevamente y por fin recibí respuesta
diciéndome que estaban listos para mi llegada y que continuara hacia la meta.
Esas primeras horas del Martes 17 de Julio el cielo se encontraba completamente
cubierto de nubes y con lluvia intermitente. Minutos antes de que el sol se
apareciera por el horizonte (en la estrecha franja que se veía entre el
horizonte y las nubes) logré por fin ver tierra. Eran los enormes acantilados
que conforman la costa norte de Kauai y alcancé a ver algunos edificios a la
distancia. Ahí se encontraba la meta. El sol salió a las 5:54am y exactamente a
las 6 de la mañana escuché por el radio “Champ, Champ, este es el comité
organizador. Bienvenido a Hawái, has completado la ruta”. Inmediatamente sentí
un gran descanso, como si hubieran abierto la válvula de escape al estrés y la
ansiedad acumulada en dos semanas y media, y sonreí.
Por momentos llovía y luego se dejaba ver
el sol entre las nubes durante algunos segundos. Las instrucciones eran que
tenía que avanzar cerca de una milla más hasta la Bahía de Hanalei. Bajé mis
velas y encendí el motor. Entrando a la bahía pude ver que una gran cantidad de
veleros se encontraban anclados pero en una pequeña lancha inflable me
esperaban cuatro personas, dos del comité organizador y mis dos ángeles, Lulú y
Ricardo. Dentro de la bahía las aguas eran muy tranquilas y los cuatro subieron
al Champ mientras avanzábamos hasta el lugar en donde quedaría anclado. Aunque
algunos de los demás participantes sólo cargan cuerda y una pequeña ancla, el
Champ cuenta con varias anclas para todo tipo de fondo marino y casi 80 metros
de cadena. Al primer intento quedó perfectamente asegurado. Fue muy emotiva la
reunión y no podría haber esperado mejor recibimiento. Entonces comenzaron una
breve pero simbólica ceremonia en la que Rob me colocó un Lei (uno de los
típicos collares Hawaianos). Todos los participantes escogido antes de la
carrera una bebida para que los recibieran. En un “vaso” hecho de un coco me
sirvieron la Coca de dieta con mucho hielo que pedí. platicamos durante algún tiempo
sobre mis experiencias durante la travesía y llegó el momento de ir a tierra.
Primero los dos miembros del comité organizador bajaron a la lancha, y los
siguieron Lulú y Ricardo. Cuando fue mi turno, titubeé algunos segundos. Era el
momento de dejar el Champ, mi compañero durante 4,000 kilómetros y 400 horas,
mi refugio en el mar y la embarcación que me permitió conseguir este sueño de
navegar desde América hasta Hawái. Me pasé a la lancha, solté al Champ. La
aventura había terminado.